Antes de los psicólogos

Antes, mucho antes de que en los equipos de fútbol hubiera psicólogos, las personas se buscaban las castañas del management allí donde podían. En la prehistoria de la Inteligencia Emocional, los entrenadores se esforzaban en trabajar el ánimo de sus jugadores como podían. Algunos eran muy buenos, otros lo serían con el tiempo, y por fin, los demás, aplicaban una muy particular versión del sentido común.

Paradojas de la vida, veinte años después, mi trabajo consiste en enseñar a jóvenes universitarios esos principios de motivación en las organizaciones y grupos. Para ello, no he olvidado a mis modelos, como debe ser. El fútbol era y es una escuela de vida extraordinaria y yo tuve la suerte de estar matriculado.

Una de los entrenadores que más confiaba en mi era Matías. Él me puso de titular en juveniles cuando partía como tercer portero. Él me llamó al primer equipo cuando nadie lo esperaba. Matías quería contar conmigo. Pero intuía que apreciaba más a la persona que al guardameta: su trato era el de esas personas que te ven diferente a los otros, que te ponen de ejemplo en aspectos de actitud -es decir, delante de todos decía "mirad cómo se deja la piel en los entrenamientos", o "siempre puntual, como debe ser", o "a ver si te haces amigo de mi hija"-, pero jamás dijo "qué seguridad en los córner tenemos contigo". En fin, tampoco me iba a poner exquisito, bastante tenía con jugar.

Una tarde, después de un partido, nos mandó callar: Matías nos comunicó, todo ceremonioso, que acababa de ser nombrado seleccionador de juveniles de la provincia de Ciudad Real. Ahí es nada. Se hizo el silencio en el vestuario. Me imaginé lo que debió sentir Arconada cuando Kubala le llamó a la Selección por primera vez , y en ese trance, el míster anunció: "Monty, Leal, May y Ramón, venís a Tomelloso para el primer partido".
No lo podía creer: yo, seleccionado. Matías me estaba haciendo "internacional". Definitivamente, este hombre contaba conmigo, ya no había dudas. ¿Cómo podía haber sido tan ingrato al desconfiar de él? ¿Por qué andamos rebuscando en los detalles cuando al final, en el acto supremo, las cosas vuelven a su cauce?
Estuve soñando, en una especie de limbo de autorreproches, durante cinco segundos. El tiempo que tardó el flamante seleccionador en dirigirse a mí delante de todos y puntualizar: "A tí te llevo porque no hay otro portero, conste".