Correa, un delantero del Gimnástico (el equipo del pueblo) que estaba haciendo la mili en Ceuta, me conoció por el nombre y por el puesto (tampoco era muy difícil). Cuando volvió de África, unos meses después, entrenando, me lo dijo. Recuerdo que, de algún modo, era un reconocimiento de futbolero a futbolero. Con los del equipo de mayores, no teníamos una gran relación. La verdad, ni nos dirigían la palabra.
La Hontoria, la profesora de Literatura de COU, me felicitó por la redacción, que estaba "bastante lograda". Sin embargo, observé muy poca emoción en sus palabras, supongo que el fútbol le importaba un comino, y no tenía ni idea de quién era ese Arconada. Teniendo en cuenta que el rasgo particular de esta profesora era su resumidísimo labio superior, pensé que Dios no hizo la miel de mi ídolo para su extraña boca. Semanas después me vengué. Soy de haceme apuestas conmigo mismo, y en un examen, copié. Yo tenía una chapa de Arconada, de las grandes (aún llevaba la camiseta con el aguilucho, imagina). Me puse la chuleta tras la chapa. No me hacía falta, era muy estudioso, pero hay cosas que se caen por su propio peso.
Mi padre trabajaba de tardes, así que llegaba a casa sobre las diez de la noche. Yo solía estudiar en el piso de arriba, le oía abrir la puerta y carraspear según se quitaba el abrigo. Mi padre carraspea muy bien. Todavía hoy mi hijo de casi 2 años le imita. Bueno, pues tras ese rito diario, oigo que me llama muy serio: "Ramón, baja". Menudo susto, ya había hecho algo. Lo malo es que no sabía qué (aún siendo muy formal, con 17 años siempre había opciones). Bajé las escaleras con el miedo en el cuerpo, se me hicieron eternos los veintidós escalones. Llego a la salita, allí estaba mi madre sentada, y mi padre de pie. Sin mirarme, arroja sobre el cristal que cubría el tapete de la mesa camilla un ejemplar del Don Balón. Dice mi padre: "¿Qué es esto?" Y yo, "pues el Don Balón". Pensé: "¡Mi padre se trae el Don Balón del trabajo, esto se lo ha encontrado por la calle, no puede ser, estoy soñando!". Abre la revista por la sección "Cartas a Don Balón", y señalándola, me hace un gesto como de "¿y esto?". No sé si estaba enfadado o impresionado porque había tomado la iniciativa de escribir a una revista reivindicando al mejor portero del mundo. Yo creo que pensó que una cosa así -llamar inepto al seleccionador nacional- no se puede hacer sin consecuencias, y que a lo mejor Miguel Muñoz, o incluso Buyo, nos ponían una demanda. No fue así. Pero consecuencias hubo: Arconada no volvió a la selección. Quizá que me pasé un poco, pero estaba de muy mala leche. Si Muñoz tenía dudas sobre si recuperarlo para el equipo, lo que le faltaba eran un porterete de Preferente juvenil insultándole en la prensa. Así que ahí acabó la carrera internacional del mito.
De hecho, maldita paradoja, tengo que convivir con que el número que publicó mi carta, lleve en portada una gran foto que dice "Zubi, el sucesor". Desde entonces, soy el rey de las causas perdidas.