Respetarse



Una oposición es un trabajo de Sísifo, llevas la piedra a lo alto de la montaña, hasta que cae y vuelves a subirla. A principios de 1995, tras casi cuatro años, yo ya había dejado la piedra aparcada y estaba dando un paseo por la montaña. Mi vida era un desastre, los años de estudio en soledad no eran sólo una pérdida de tiempo, sino una pérdida de amigos, de intereses, de sentimientos, de rumbo al fin. Una perdida de respeto a mí mismo es lo que era. No tenía ganas ni de mirarme al espejo, porque lo peor era esa sensación de no reconocerse.

Sin pretenderlo siquiera, tuve una oferta de trabajo en París. A veces pasan estas cosas, que te llega una solución a un problema y te la tienes que jugar porque es la única oportunidad. Se trataba de poner kilómetros por medio, romper con todo. Por nada del mundo hubiera rechazado algo así -además de por mi conocida tendencia a escapar de los sitios donde no quiero estar-.

Al llegar a mi lugar de trabajo, en Villabé, a las afueras de París, una de las primeras cosas que hice fue retomar el fútbol, que había dejado en todo lo alto de la Regional Preferente, como ya he contado aquí. Me hicieron una prueba en la "Etoile Sportive Villabé" y comencé la temporada con mi nuevo equipo (sólo por el nombre no me podía resistir).

El entrenador era un tipo de unos 40 años, árabe, que según decían había jugado con la selección de Francia juvenil. Ese tipo de referencias ya no me impresionaban, a esas alturas ya sabía que cada uno tiene su minuto de gloria que luego el tiempo, y la mala memoria selectiva, agrandan. Lo malo es que él se tenía por alguien importante. Gritaba en los entrenamientos, en los partidos, gritaba todo el rato. Y conmigo tenía un problema: Ser Arconada en Francia no era lo mismo que en España.
Aquí hasta el más crítico le tenía respeto. Allí sólo era recordado por aquel maldito gol. Y eso que fue en Francia, en 1981, donde salió elegido mejor portero de Europa, tras Shilton. Pero a este entrenador ni le gustaba cómo mandaba al equipo (yo también sé gritar), ni el giro que daba para incorporarme tras un despeje, ni las medias blancas, ni siquiera cómo me agazapaba sobre la línea de gol a la espera de que el rival lanzase el penalty. No le gustaba, pero la eliminatoria de Copa de Francia contra el "Lusitanos du XIVème" se la saqué yo adelante parando una pena máxima.

¿Y a quién pretendía aquel entrenador que me pareciese? ¿A Fabian Barthez? ¿A Bernard Lama?. Ni hablar. Dejé el equipo tras un partido que ganamos al (de verdad, los equipos se llamaban así) "Juifs de la Porte d'Orleans". Y nunca más me volví a poner bajo una portería. Pero fue comenzando a tener respeto a mis propios mitos y a sus valores como recobré el camino del respeto a mí mismo. Para finalmente encauzar mi vida.