Heterodoxia


En 1981, decidí que quería ser portero como Arconada. Pero en el colegio no me ponían. Tenía mi hueco en el equipo de minibasket, del que era alero titular, y lo máximo que conseguí fue ser portero de balonmano. Algo es algo, me dije. De modo que en esa portería pequeña, comencé a hacer mis pinitos. Desde luego, trabajé los reflejos. Pero con 13 años uno no quiere emular a Arconada si no es para volar como él en busca de balones imposibles. Para lo demás, pues se hace uno de Zubizarreta y listo.
Mi entrenador, el señor Blanco, no lo veía tan claro. Mis gestos no le gustaban nada, dónde se ha visto, un portero de balonmano haciendo palomitas (ojo, en aquel tiempo el único pabellón con parquet de la provincia estaba en Ciudad Real capital, así que eran dolorosas palomitas sobre cemento). A buen seguro que si sigo en ese deporte, creo escuela, lo juro. Pero el mister se hartó y me mandó al banquillo, poniendo a un tal Juanito Noviembre en mi lugar. Nada de palomitas, este sí que era sobrio, aunque creo que a su pesar.
Llegó la semifinal del torneo provincial de Ciudad Real y allí estábamos nosotros. El equipo del cole estaba compuesto por una panda de malotes que tiraban el balón a 200km/h, un figurín llamado Escribano y de portero suplente, una versión tan espectacular como desaprovechada del mítico guardameta vasco. Desde siempre esta capital ha tenido mucha afición (curioso), así que el pabellón "Príncipe Felipe" estaba bastante lleno. Comenzó el partido, y en cinco minutos Juanito Noviembre se tragó cinco goles uno tras otro. Me llama el entrenador desesperado, "oye que vas a salir", me pongo la chaqueta del chándal celeste que me había dejado un compañero (es que Arconada ya jugaba con la celeste adidas del mundial de España) y me lancé a triunfar.
Qué partido cuajé. Sobre aquel parquet, las estiradas no dolían, y se pudo ver un prodigio de colocación, potencia y reflejos felinos. Aún sigo teniendo el recuerdo de haber hecho algo grande aquella mañana. El figurín me miraba asombrado al borde del área.
La final la perdimos contra el Santa María, al día siguiente. Yo nunca sería internacional en este deporte, por heterodoxo. Pero quince años después, un tipo del pueblo, revisor de la Renfe, confundió a mi hermano conmigo en un "Regional exprés". ¿Cómo se dió cuenta de la confusión? Porque después de soltarle un rollo de una hora sobre el pueblo y otros temas varios, terminó su discurso diciéndole: "... por cierto, ¡¡¡cómo jugabas al balonmano!!!".